martes, 24 de marzo de 2015

Una amiga nomás, loco.





La última vez que te vi estabas borracha y besabas a un andrajoso punki que probablemente acababas de conocer. Esa vez me abrazaste con la misma efusión de nuestras despedidas y me contaste trivialidades que ya no recuerdo. Hedionda a porro y vino en caja me parecías tan hermosa como en nuestros tiempos de uniforme y micros amarillas. Entonces recordé cuando arriba de una 622 me explicaste las diferencias entre amar y querer; que al Nico tú lo amabas, pero a mí solo me querías con la ternura con la que se quiere a un amigo. Aun cuando hace una semana me aseverabas lo contrario. Tu voz entrecortada se quebraba en sollozos que me dieron incluso más pena que las palabras que me dedicabas en ese momento. Pero yo insistí con cartitas y poemas donde te hablaba de las estrellas y otras tonteritas de adolescente, porque mi profesor me dijo que la poesía solo servía para cuentearse minas y yo como güeón le creí. Aun así te olvidé cuando descubrí que curarse era la raja y que existían discos los domingos por la tarde. Ahí fue cuando volviste. Yo me hice el güeón y el dicharachero. Tres años después, al verte entregada a cualquier hueá me asaltaron las ganas de ir y llevarte conmigo. Decirte que ya había pasado todo, que nos perdonáramos, que por primera vez podríamos amarnos al unísono, como los escolares lo hacían en los recreos. Pero se me hizo como siempre. Mis compañeros me preguntaron quién era esa mina que me había saludado. Una amiga nomás, dije. Una amiga, loco.

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