Volvió el puesto de libros usados que nadie compra a la feria. Su dueño, un profesor. Su retorno a la calle obedece, como era de esperarse, a su reciente despido. A mí también me echaron, le digo con tono solidario. Intercambiamos algunas palabras en nuestra jerga de profesores despedidos. Maldecimos a dirección, al sistema, tiramos tallas sobre la cesantía. Escarbé entre sus libros y le compré un diccionario bíblico, uno que no necesito y que nunca leeré. Un diccionario que me ocupará espacio, que no sabré qué hacer con él; pero que estará ahí para recordarme que siempre hay que apañarse entre colegas. Con el libro en la mano y simulando haber dado con el diccionario perfecto nos despedimos, nunca mejor dicho.
Diciembre 2018
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