Se supone que me
enamoré por primera vez a los dieciséis. Pero yo no sé como comprobar cuándo
uno está enamorado. De hecho, nadie lo sabe; a excepción de mi compañero Diego.
Él me llevó a un rincón de la sala de clases y con un semblante de seriedad
admirable para un puberto me pregunta «¿te has pajeado pensando en la Camila?» Con vergüenza le contesto que no, que me masturbaba con el cedé de
minas empelotas que circulaba entre los varones del curso. Ese que llevaba un
poco sospechoso rótulo que solo decía “Compilado”. «Entonces estás enamorado»,
me dice no sin un dejo de lástima y preocupación. Yo quedé pal pico, negrísimo.
Pero lo acepté sin más. Sin siquiera cuestionar el método de comprobación
recién efectuado. Hoy puedo confesar que me he masturbado pensando en casi
todas las mujeres que conozco. Cuando el catálogo se me acaba, voy
intercambiando las partes pudendas de una con la cara de otra. Así mis
necesidades onanistas se convierten en sublimes ejercicios de creación
estética. Voy creando engendros personalizados que rozan la perfección, pero me
enamoro tanto de estas que no puedo seguir otorgándome placer. Solo entonces
vuelvo a las palabras de mi compañero y comienzo a encontrarles
razón.Y es que tal vez solo puedo enamorarme de los remixes femeninos
que he creado para deleite personal. Y de ella, claro está. Mala esa, muy mala.
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