sábado, 30 de enero de 2016

Shalom, Francisco.



Aprender hebreo está dentro de mis planes de este año. Veo el aviso de un curso en línea, ingreso a la página y lleno un formulario con la intención de recabar mayor información. Al rato me llaman de Israel. Shalom, Francisco me dicen y durante media hora comienzan a hablarme de las ventajas de estudiar con ellos. Sin darme cuenta hasta me asignan un número de matrícula y comienzan a pedirme los datos de mi inexistente tarjeta visa. Le digo que ahorita no y me dicen que es una oportunidad única, le digo que el otro año quizás y me dice que muchas cosas pueden cambiar en un año. Lo dice con ese dejo de maldad judaica que casi los lleva al exterminio. Se despide con un bye bye sínicamente semita y yo comienzo a sentir miedo, el mismo miedo que me despierta todo lo judío. Abrazo un crucifijo; he ahí al último judío bueno, me digo.

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