Casi
me vuelo la tula. Casi me cerceno el glande. Era Halloween. Como corresponde me
encontraba realizando un ritual. Los rituales los hago enpelota y quemo cosas.
Las quemo sobre un cenicero de vidrio o más bien las quemaba porque nadie me
avisó que el vidrio revienta a elevadas temperaturas; y ahí estaba yo
mascullando algún mantra en lengua muerta frente a mi pira improvisada cuando
los vidrios saltaron cual proyectiles hacia mis genitales, como si tuviesen la
misión sagrada de castrarme. Mis reflejos de arquero me salvaron; me protegí y
caí al suelo entre vidrios, sangre, pezuñas y aun hablando en latín. No hay
caso, Belcebú. No hay hechizo alguno que me quite lo hueón.
Halloween, 2018