miércoles, 28 de enero de 2015

Consideraciones sobre las Visitas de Dormitorio.





Poco tiempo después de aprender a leer comenzó a gestarse en mí el interés por el fenómeno ovni. Las revistas de una  amiga de mi mamá quien decía haber sido abducida, los recortes de mi abuelo y los en ese entonces serios reportajes sobre ufología en la televisión alentaron mi curiosidad. Una noche pasaron una nota sobre las llamadas visitas de dormitorio. Hablaban de cómo los grises se aparecían a los pies de la cama de personas al azar, para generalmente abducirlos y hacerles macabros experimentos. Esa noche el miedo se apoderó de mí. Temía despertar en medio de la noche con dos grandes y ovalados ojos extraterrestres mirándome fijamente. Temía enormemente que me llevaran en sus naves y me introdujeran sondas por el poto. Así que ideé un método de defensa infalible: dormiría tapándome por completo. Sin siquiera dejar que se asomara un pelo de mi cabeza. De esta manera engañaría a cualquier presencia alienígena que pretendiese visitarme. Han pasado dieciocho años y no me he esforzado en perfeccionar mi espléndido camuflaje. Me sigue dando tan buenos resultados como el primer día, hasta la fecha jamás he despertado en la mesa de operaciones de alguna civilización extragaláctica y en parte me enorgullezco del sistema de defensa que he creado. Lo malo es cuando debo dormir en una cama que no es la mía. Se me hace imposible conciliar el sueño, sobre todo cuando las sábanas no logran taparme por completo. Comienzo a desesperarme y a temer una casi inevitable abducción. Tiemblo, sudo e imploro porque todos le tomen el peso a la horrorosa posibilidad de ser visitados de improviso por hombrecillos cabezones. 

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