Para Antonin Artaud, el cine debía ser capaz de lograr una
subversión total de nuestros valores, trastocando nuestra óptica, nuestra
visión de mundo y perspectiva. Su lenguaje debía afectarnos como ningún otro
arte lo había hecho antes. Destruir nuestra siquis, excitarnos y maravillarnos
por igual. Todo cineasta tendría que ir en busca de la cinta capaz de sublevar
nuestros sentidos, de transgredirnos cruelmente. Pero ¿y si diésemos con la película
capaz de trastornarnos hasta la insanidad? De seguro habríamos llegado a la
cúspide del séptimo arte; a la del espectador enajenado, capaz de inmolarse
frente a la pantalla ante el efecto que provoca una particular sucesión de
imágenes. Un resultado similar al que dicen que provocaban las sinfonías de
Paganini – el violinista del
diablo - al ser escuchadas en
vivo.
La historia del cine se colma mitos urbanos y este es tal
vez uno de los más exquisitos: Corría el año 1971 y el festival de cine de Sitges,
caracterizado por su línea fantástica, se aprontaba a estrenar una peculiar
obra, de la cual nadie sabía nada: El
Fin Absoluto del Mundo. Su director Hans Backovic era considerado un
terrorista audiovisual; sus cortos convulsionaban la escena under. En ellos se esmeraba por
trastocar las emociones humanas, por llevarlas al límite de la insanidad.
Jugaba con lo soportable y atacaba las retinas con una violencia nunca antes
vista en el cine. Todo esto mediante el uso de imágenes y sonidos que los
incomodaran. El deber del director era mantener al público al borde de la
butaca, haciendo de su experiencia una travesía sensorial alejada del confort al cual se había visto reducido
el cine en la actualidad.
Uno piensa tal vez en algunas películas perturbadoras del último tiempo y en los mórbidos deseos de sus directores por angustiarnos a más no poder. Episodios de histeria en la sala de cine no han sido pocos. Basta recordar los ataques que provocó El Exorcista en su tiempo. Otros filmes más actuales como Audition de Takashi Miike o Visitor Q del mismo director provocan náuseas en el espectador menos acostumbrado. Sus retorcidas escenas podrían ser un remiendo de lo que Backovic buscaba.
Imposible quitar de la lista películas como Antichrist de Lars Von Tier o la polémica A Serbian Film. Las cuales al
igual que las mencionadas anteriormente dan paso a esa inquietud desbordante
que persiste horas o días después de acabado el filme. Lo cierto es que hay
películas que dañan, en mi caso particular el listado lo encabeza la coreana Gotijmal.Pero de seguro, ni esa
ni las mencionadas se compararían con el desfile de imágenes y atormentadores
sonidos, que nos remiten tal vez al sonido de fondo en Eraserhead de Lynch, que Hans Backovic pudo
lograr.
La historia oficial nos cuenta que durante el estreno de la
película hubo un fallo en la proyección. Desde la cabina, la sala comenzó a
incendiarse. Backovic quien concebía la experiencia audiovisual como un
continuo sin interrupciones para lograr el efecto deseado, habría llamado a
cerrar las puertas con tal de que nadie pudiese salir durante el visionado del
film. Por lo que la gente comenzó a desesperarse, a abalanzarse unos sobre
otros para lograr salir del lugar. El humo hacía del ambiente algo aun
más denso y desesperante. Hubo avalanchas de gente histérica queriendo salir,
golpeando al otro con tal de asegurarse espacio en el rescate. Se dice que hubo
varias muertes y varios heridos de diversa gravedad. Pero el verdadero dolor no
yacía en sus llagas o en la tristeza de ver a un amigo morir, sino en aquello
que se había calado en sus mentes. Las escenas que pudieron contemplar eran las
verdaderas culpables de los desmanes.
De alguna forma la película los dominó, los remitió a sus
más bajos instintos, los condujo de vuelta hacia la animalidad. Podemos imaginar
algunos espectadores desmayados y otros fascinados siendo testigos del la
cumbre del arte audiovisual. Poseídos en un frenesí casi diabólico. Recuerdo la
sinopsis de una novela chilena contemporánea que no me interesó nunca, pero que
trataba de un cuadro que provocaba que el espectador al contemplarlo quisiese
arrancarse la piel sin vacilar. Algo así podemos imaginar al pensar en El Fin
Absoluto del Mundo: una película cuyas imágenes tendrían tal poder que nos
condenarían a la locura.
Los rumores de que el director tenía un pacto con el Diablo
son los más usuales. Pero, ¿y
si realmente habría logrado la quintaesencia del arte? O si en lugar de un pacto con el
Demonio, Backovic habría hipnotizado a su audiencia por medio de las imágenes. Lo
único que se sabe de él es que tras el fallido estreno del film, se recluyó en
su hogar, obsesionado con la película que había dirigido. No volvió a acercase
al mundo del cine jamás y terminó por volarse la tapa de los sesos, anidado en
su propia locura y miseria.
Su mujer Katja Backovic declararía años
después que la película solo les trajo dolor y destrucción. Pero, ¿qué mostraba
el metraje de esta película? Según algunos sobrevivientes el filme más allá de
una argumento claro, mostraba escenas similares a las de una película snuff. Se podía ver a unos
niños torturando a lo que parecía ser un ángel. Para algunos, un verdadero
ángel. Todo esto acompañado por una perturbadora y distorsionada banda de
sonido.
Sea como sea, verla supone la muerte.
Oficialmente la única copia se destruyó en el festival de cine, pero hay
quienes aseguran que algunas copias pueden estar en poder de ciertas
agrupaciones secretas, esperando el momento de sacarla a la luz. Porque tal vez
El Fin Absoluto del Mundo logra lo que muchas mentes malévolas han soñado:
dominar al espectador, hacerlo su títere.
Lo cierto es que la historia del cine se colma de historias
de películas desaparecidas y misteriosas. Algunas fueron quemadas por los
gobiernos de turno, censuradas, otras siniestradas a raíz de los típicos
incendios que afectaban a las bodegas. Así tenemos películas como London After Midnight de Tod Browning, que se ha
transformado en el Santo Grial de todo coleccionista.
Como siempre, se dice que algún pudiente aficionado la
tiene entre su colección, pero está esperando a que expiren los derechos para
poder comercializarla sin incurrir en el delito. Estos rumores esperanzan a
miles de cinéfilos que anhelan poder disfrutar de la cinta del director de Freaks por primera, a casi noventa años
de su estreno.
Otras películas que se creían perdidas han sido encontradas
en impensables cinematecas. Tal como ocurrió con la maldita Incubus,
película de 1965, hablada en esperanto y que abordaba temáticas paranormales y
donde gran parte de sus elenco sufrió extrañas muertes.
A pesar de todo lo contado anteriormente,
las pruebas prácticamente no existen. Los supuestos fotogramas y material
publicitario corresponden a la película de John Carpenter Cigarrete Burns que corresponde a la serie Master of Horror. Esta película
intenta rescatar la leyenda en torno a El
Fin Absoluto del Mundo. Similar
a La Novena Puerta, cuenta la historia de un coleccionista
cinéfilo que encarga a su proveedor el encontrar la cinta cueste lo que cueste.
De esta manera, el joven comienza a desvelar los misterios que se tejen en
torno a la desaparecida película. Algunos optan por creer que todo el enrejado
que se cierne sobre El Fin Absoluto del Mundo no fue más que un viral, una
campaña publicitaria para el telefilme de Carpenter, al más puro estilo de La Bruja De Blair. Esta posibilidad, que bien puede
ser cierta, deja mucho que desear. Pues recordemos que la película de Carpenter
no es más que una película hecha para televisión, un mediometraje de
presupuesto moderado que no necesita llenar salas de cine ni recuperar
fastuosas cantidades de dinero.
El póster de la película elegido por Carpenter
no puedo ser azaroso. Nos muestra la estatua del Ángel Caído, de Lucifer, del
Lucero. Lo cual de inmediato relacionamos con la escena del ángel torturado por
niños. ¿Y si la película lejos de ser satánica era una apología al
luciferismo? ¿y si fue destruída por las verdades que revelaba y su director
acosado y acallado por ciertos grupos de poder?
También pudo ser incluso una película
experimental más del montón, con imágenes impresionables como cualquier otra,
pero que lamentablemente fue destruida por una falla en la proyección. Lo que
provocó una fuerte depresión en el director y dio paso a la leyenda. Como sea,
el mito sigue vivo, alimentándose con cada curioso que cree ver en el cine el
material para delirar nuestras conciencias. El Fin Absoluto del Mundo es el Necronomicon de los cinéfilos. La película
inexistente capaz de conjurar a los más abruptos demonios de nuestro
interior.
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