miércoles, 4 de febrero de 2015

El Fin Absoluto del Mundo: El Necronomicón del Cine










Para Antonin Artaud, el cine debía ser capaz de lograr una subversión total de nuestros valores, trastocando nuestra óptica, nuestra visión de mundo y perspectiva. Su lenguaje debía afectarnos como ningún otro arte lo había hecho antes. Destruir nuestra siquis, excitarnos y maravillarnos por igual. Todo cineasta tendría que ir en busca de la cinta capaz de sublevar nuestros sentidos, de transgredirnos cruelmente. Pero ¿y si diésemos con la película capaz de trastornarnos hasta la insanidad? De seguro habríamos llegado a la cúspide del séptimo arte; a la del espectador enajenado, capaz de inmolarse frente a la pantalla ante el efecto que provoca una particular sucesión de imágenes. Un resultado similar al que dicen que provocaban las sinfonías de Paganini – el violinista del diablo - al ser escuchadas en vivo.

La historia del cine se colma mitos urbanos y este es tal vez uno de los más exquisitos: Corría el año 1971 y el festival de cine de Sitges, caracterizado por su línea fantástica, se aprontaba a estrenar una peculiar obra, de la cual nadie sabía nada: El Fin Absoluto del Mundo. Su director Hans Backovic era considerado un terrorista audiovisual; sus cortos convulsionaban la escena under. En ellos se esmeraba por trastocar las emociones humanas, por llevarlas al límite de la insanidad. Jugaba con lo soportable y atacaba las retinas con una violencia nunca antes vista en el cine. Todo esto mediante el uso de imágenes y sonidos que los incomodaran. El deber del director era mantener al público al borde de la butaca, haciendo de su experiencia una travesía sensorial alejada del confort  al cual se había visto reducido el cine en la actualidad. 

Uno piensa tal vez en algunas películas perturbadoras del último tiempo y en los mórbidos deseos de sus directores por angustiarnos a más no poder. Episodios de histeria en la sala de cine no han sido pocos. Basta recordar los ataques que provocó El Exorcista en su tiempo. Otros filmes más actuales como Audition de Takashi Miike o Visitor Q del mismo director provocan náuseas en el espectador menos acostumbrado. Sus retorcidas escenas podrían ser un remiendo de lo que Backovic buscaba.

Imposible quitar de la lista películas como Antichrist de Lars Von Tier o la polémica A Serbian Film. Las cuales al igual que las mencionadas anteriormente dan paso a esa inquietud desbordante que persiste horas o días después de acabado el filme. Lo cierto es que hay películas que dañan, en mi caso particular el listado lo encabeza la coreana Gotijmal.Pero de seguro, ni esa ni las mencionadas se compararían con el desfile de imágenes y atormentadores sonidos, que nos remiten tal vez al sonido de fondo en Eraserhead de Lynch, que Hans Backovic pudo lograr.

La historia oficial nos cuenta que durante el estreno de la película hubo un fallo en la proyección. Desde la cabina, la sala comenzó a incendiarse. Backovic quien concebía la experiencia audiovisual como un continuo sin interrupciones para lograr el efecto deseado, habría llamado a cerrar las puertas con tal de que nadie pudiese salir durante el visionado del film. Por lo que la gente comenzó a desesperarse, a abalanzarse unos sobre otros para lograr salir del lugar.  El humo hacía del ambiente algo aun más denso y desesperante. Hubo avalanchas de gente histérica queriendo salir, golpeando al otro con tal de asegurarse espacio en el rescate. Se dice que hubo varias muertes y varios heridos de diversa gravedad. Pero el verdadero dolor no yacía en sus llagas o en la tristeza de ver a un amigo morir, sino en aquello que se había calado en sus mentes. Las escenas que pudieron contemplar eran las verdaderas culpables de los desmanes.

De alguna forma la película los dominó, los remitió a sus más bajos instintos, los condujo de vuelta hacia la animalidad. Podemos imaginar algunos espectadores desmayados y otros fascinados siendo testigos del la cumbre del arte audiovisual. Poseídos en un frenesí casi diabólico. Recuerdo la sinopsis de una novela chilena contemporánea que no me interesó nunca, pero que trataba de un cuadro que provocaba que el espectador al contemplarlo quisiese arrancarse la piel sin vacilar. Algo así podemos imaginar al pensar en El Fin Absoluto del Mundo: una película cuyas imágenes tendrían tal poder que nos condenarían a la locura.

Los rumores de que el director tenía un pacto con el Diablo son los más usuales. Pero, ¿y si realmente habría logrado la quintaesencia del arte? O si en lugar de un pacto con el Demonio, Backovic habría hipnotizado a su audiencia por medio de las imágenes. Lo único que se sabe de él es que tras el fallido estreno del film, se recluyó en su hogar, obsesionado con la película que había dirigido. No volvió a acercase al mundo del cine jamás y terminó por volarse la tapa de los sesos, anidado en su propia locura y miseria.

Su mujer Katja Backovic declararía años después que la película solo les trajo dolor y destrucción. Pero, ¿qué mostraba el metraje de esta película? Según algunos sobrevivientes el filme más allá de una argumento claro, mostraba escenas similares a las de una película snuff. Se podía ver a unos niños torturando a lo que parecía ser un ángel. Para algunos, un verdadero ángel. Todo esto acompañado por una perturbadora y distorsionada banda de sonido.

Sea como sea, verla supone la muerte. Oficialmente la única copia se destruyó en el festival de cine, pero hay quienes aseguran que algunas copias pueden estar en poder de ciertas agrupaciones secretas, esperando el momento de sacarla a la luz. Porque tal vez El Fin Absoluto del Mundo logra lo que muchas mentes malévolas han soñado: dominar al espectador, hacerlo su títere.

Lo cierto es que la historia del cine se colma de historias de películas desaparecidas y misteriosas. Algunas fueron quemadas por los gobiernos de turno, censuradas, otras siniestradas a raíz de los típicos incendios que afectaban a las bodegas. Así tenemos películas como London After Midnight de Tod Browning, que se ha transformado en el Santo Grial de todo coleccionista.

Como siempre, se dice que algún pudiente aficionado la tiene entre su colección, pero está esperando a que expiren los derechos para poder comercializarla sin incurrir en el delito. Estos rumores esperanzan a miles de cinéfilos que anhelan poder disfrutar de la cinta del director de Freaks por primera, a casi noventa años de su estreno.

Otras películas que se creían perdidas han sido encontradas en impensables cinematecas. Tal como ocurrió  con la maldita Incubus, película de 1965, hablada en esperanto y que abordaba temáticas paranormales y donde gran parte de sus elenco sufrió extrañas muertes.

A pesar de todo lo contado anteriormente, las pruebas prácticamente no existen. Los supuestos fotogramas y material publicitario corresponden a la película de John Carpenter Cigarrete Burns que corresponde a la serie Master of Horror. Esta película intenta rescatar la leyenda en torno a El Fin Absoluto del Mundo. Similar a La Novena Puerta, cuenta la historia de un coleccionista cinéfilo que encarga a su proveedor el encontrar la cinta cueste lo que cueste. De esta manera, el joven comienza a desvelar los misterios que se tejen en torno a la desaparecida película. Algunos optan por creer que todo el enrejado que se cierne sobre El Fin Absoluto del Mundo no fue más que un viral, una campaña publicitaria para el telefilme de Carpenter, al más puro estilo de La Bruja De Blair. Esta posibilidad, que bien puede ser cierta, deja mucho que desear. Pues recordemos que la película de Carpenter no es más que una película hecha para televisión, un mediometraje de presupuesto moderado que no necesita llenar salas de cine ni recuperar fastuosas cantidades de dinero.

El póster de la película elegido por Carpenter no puedo ser azaroso. Nos muestra la estatua del Ángel Caído, de Lucifer, del Lucero. Lo cual de inmediato relacionamos con la escena del ángel torturado por niños. ¿Y si la película lejos de ser satánica era una apología al luciferismo? ¿y si fue destruída por las verdades que revelaba y su director acosado y acallado por ciertos grupos de poder?


También pudo ser incluso una película experimental más del montón, con imágenes impresionables como cualquier otra, pero que lamentablemente fue destruida por una falla en la proyección. Lo que provocó una fuerte depresión en el director y dio paso a la leyenda. Como sea, el mito sigue vivo, alimentándose con cada curioso que cree ver en el cine el material para delirar nuestras conciencias. El Fin Absoluto del Mundo es el Necronomicon de los cinéfilos. La película inexistente capaz de conjurar a los más abruptos demonios de nuestro interior. 

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