Algunos católicos tradicionalistas más extremos han
optado por fundar sus propias iglesias católicas, con sede y pontificado propio.
El Vaticano denomina a estas iglesias como cismáticas y a sus pontífices como
antipapas. Mi antipapa favorito es Clemente XV, excomulgado de la Iglesia tras
asegurar haber sido consagrado obispo por Jesucristo en persona. En 1963 se
proclamó Papa y fundó su propio Vaticano en una pequeña localidad francesa, donde
llegó a congregar a más de veinticinco mil personas. La doctrina de Clemente se
caracterizó en un principio por su apego a los ritos tridentinos, el rechazo al
Concilio Vaticano II y una fuerte idolatría mariana. Eso hasta 1970, cuando Clemente
XV comienza a relacionar las apariciones de ovnis con mensajes celestiales, llegando
finalmente a revelar que los mismísimos extraterrestres le asesoraban en su
labor pontífice. El catolicismo tradicionalista ufológico por fin escribía sus
primeras líneas. Sin embargo, tras la muerte de Clemente la iglesia se fragmentó.
El grueso de los fieles rechazó los dogmas extraterrestres y emigró a otra Iglesia,
con otro antipapa. Por suerte, unos pocos feligreses se mantuvieron firmes en
la doctrina de Clemente XV y subsisten hasta el día de hoy predicando una
mixtura de tradicionalismo católico mariano y ufológico por lejos más
interesante que cualquier cháchara que predique el Papa estos días.
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