domingo, 14 de enero de 2018

David Rosenmann-Taub está muerto



David Rosenmann-Taub está muerto. No creo, le digo. Si publica un poemario cada tanto. Esa es la cuestión, me dice. Rosenmann-Taub murió hace quizás quince o veinte años.  Piénsalo, casi no hay registro audiovisual de él. No realiza apariciones públicas, ni menos entrevistas. Tiene razón. Además, sus poemas son crípticos en extremo, indescifrables, colmados de palabras inventadas, ilegibles como pocos. Parece que escondiesen una verdad vedada, como si estuviesen escritos en clave. Me entusiasmo con esto. Estoy frente a la mayor conspiración de las letras chilenas. ¿Quién manda los poemas a la editorial, entonces? Mi contertulio aspira su cigarro y la tira: Armando Uribe. Tiene lógica. Uribe ha sido uno de los mayores defensores de la obra de Rosenmann-Taub. Ha llegado a declararlo como el más grande poeta vivo de la lengua castellana. No me extrañaría que se haya convertido en una suerte de agente literario del fallecido poeta, encargado de mantenerlo vivo, haciéndose pasar por él en las poquísimas entrevistas  y entregando poemarios confiados en el lecho de muerte, aprovechando la ocasión para dejar pasar poemas propios, cifrados meticulosamente, poemas que al desvelarlos nos contarían aquella temible verdad: David Rosenmann-Taub, nuestro más grande poeta vivo, no está vivo. Revelación que, sin lugar a dudas, supondría una crisis irremediable para nuestra  poética nacional carente de dioses contemporáneos. Me despido de mi amigo cuando comienza a recitar un poema al revés y a dar vuelta las portadas de los libros. Me despido y agradezco a Armando Uribe, custodio de la más oscura verdad.

   

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